La Selección de Jamaica fue una de las 32 participantes en el Mundial de Fútbol de 1998, que se realizó en Francia y en el que los jamaiquinos se encuadraron en el grupo H (junto a Croacia, Argentina y Japón).
Para tomar parte en el campeonato, los pupilos de René Simões disputaron cuatro rondas de clasificación. Tras deshacerse de Surinam y Barbados por eliminación directa, Jamaica jugó dos fases regulares con sistema de todos contra todos.
Ya en el Mundial, el conjunto jamaicano no pudo acceder a las eliminatorias por el título. Tras cosechar una sola victoria, Jamaica acabó tercera en su grupo por detrás de argentinos y croatas.
René Simoes, el héroe de la historia…
Cuando pisó por primera vez Jamaica, en 1994, nunca pensó en que iba a quedarse a vivir allí casi cuatro años. Tampoco imaginó que se convertiría en un ciudadano ilustre de Kingston, la capital jamaiquina, ni que pudiera llegar a comprarse una de las casas más bonitas y más caras del ex centro de la administración británica. Nunca pensó que se transformaría en el ideólogo de los Reggae Boyz, los jóvenes que harían debutar a Jamaica en un Mundial de Fútbol.
Cuando Simoes conducía a la selección brasileña Sub-20, su equipo fue invitado a jugar un amistoso en Jamaica. Allí fueron, y tan bien cayó ese tal Simoes, que el titular de la Federación Jamaiquina de Fútbol, un militar en actividad llamado Horace Burrell, realizó una gestión oficial ante la Embajada de Brasil en su país para lograr un acuerdo con Simoes. Jamaica es conducida (es un decir) por un régimen dictatorial y todo allí, todo –el fútbol no es excepción– pasa por la aprobación de las jinetas.
Simoes se reunió un par de veces con Burrell. Le gustaba el trato con los uniformados verde oliva y aceptó la tarea. Pero puso una condición: pidió manejar no sólo el equipo, sino también la organización del fútbol de Jamaica y solicitó para ese cometido un presupuesto anual de tres millones de dólares.
Su primer pedido fue faraónico, a la manera jamaiquina: suplicó que se construyeran más estadios. Es que en Jamaica había un solo estadio de fútbol y todos los deportes se jugaban allí.
Además, se encargó personalmente de buscar «sponsors» que aportaran dinero para los gastos y sueldos. Y lo consiguió: desde un bar hasta American Airlines utilizan las imágenes de los futbolistas.
Al momento de comenzar el Mundial, Jamaica ya tenía 14 equipos de Primera, y antes del año 2000 todos eran profesionales. Antes del desembarco de Simoes, había 20 conjuntos pero ninguno era profesional. Los jugadores se mantenían como maleteros en los principales hoteles de lujo de Kingston, como cocineros en sus cocinas o como taxistas en las bacheadas calles capitalinas.
No le fue fácil a Simoes tratar con los militares. Tuvo que mostrar los dientes, pero también su poder de decisión lo habilitó a hacer cosas importantes. Cuando en la Federación le preguntaron cómo iba a jugar el equipo, el entrenador planteó en una discusión increíble con Burrell. Tenía todo previsto: quería defender con tres hombres –prefería jugar en zona a hacerlo hombre a hombre, aunque no descartaba utilizar un sistema de hombre en zona– poner cinco volantes y jugar con dos delanteros de punta. Pero también deseaba saber qué jugadores iba a tener.
Pero de a poco, Simoes se fue encontrando con la realidad jamaiquina. Mucho reggae, bastante sol, peinados sofisticados, pulseras, colgantes y atuendos algo diferentes, pero de organización, poco, y de organización aplicada al fútbol, menos. Simoes tuvo que ir amoldando a los jugadores a su manera. No fue sencillo: todos los futbolistas convocados que jugaban en Jamaica trabajaban por la tarde hasta la noche, o directamente en horario nocturno, y los entrenamientos se complicaban.
Sólo cuatro jamaiquinos pudieron irse del país a jugar fútbol profesionalmente. El caso curioso es el de Deon Burton, al que Simoes apodó «Ronaldinho». Jugaba en el Derby County, y lo único que tenía de jamaiquino era su madre. Theodore Whitmore, Fitzroy Simpson y Paul Hall también jugaban en Inglaterra, y eran los hombres que junto a Simoes hablaban respecto de los beneficios del profesionalismo.
El segundo problema estalló cuando el entrenador decidió separar del plantel a tres jugadores –uno de ellos, un volante de buen manejo de pelota, en el que el técnico confiaba que podía haber un futuro crack– cuando fueron encontrados en un vestuario fumando marihuana. Simoes tocó pito, les ordenó que se fueran del seleccionado, y le comunicó al militar de turno en la Federación Jamaiquina que de esa manera no seguía.
Así logró el respaldo necesario para afrontar las Eliminatorias. Durante la fase clasificatoria, los futbolistas de la selección pudieron dejar sus trabajos y pudieron cobrar sueldos y premios importantes. Por ese entonces, cada uno de ellos recibió un salario mensual de entre 3000 y 4000 dólares. Por lograr el pasaje al Mundial, cada uno de ellos incrementó su cuenta bancaria en unos 60 mil dólares. Una fortuna para los changarines.
En Jamaica no sólo había que cambiar el pensamiento respecto de la profesionalidad de un jugador, sino también el comportamiento de la hinchada y de los propios futbolistas adentro del campo de juego. En la tierra del reggae, el deporte nacional es el cricket. El fútbol, donde la pasión a veces no encuentra límites, es distinto. A tal punto que cuando se jugaban partidos en Kingston, los hinchas aplaudían al rival y no a su propio equipo.
En una ocasión, durante una gira premundialista, Jamaica jugaba un amistoso en Río de Janeiro y la hinchada del equipo carioca no paraba de gritar y tocar dos tambores. Un defensor jamaiquino, en pleno juego, dejó su posición, se acercó al banco de suplentes y le preguntó a Simoes: «¿Cuándo dejan de tocar y hacen silencio?».
El técnico le gritó que ocupara su puesto, que no hiciera caso del ruido y que se concentrara en el partido. «No puedo, hay mucho ruido» le contestó el defensor. Simoes se vio obligado entonces a hacer un trabajo de adaptación para que sus jugadores se acostumbraran al ruido de las populares.
Tan insólito como ver a un brasileño como entrenador de Jamaica es tomar la decisión de retirarse del fútbol a los 21 años. Eso le sucedió a Simoes, quien debió buscar otro trabajo más rentable y poder ayudar a alimentar a sus once hermanos. De vivir en una favela, hoy, Simoes mora en la lujosa Barra de Tijuca, un barrio exclusivo del sur de Río de Janeiro. Pese a la fama, el brasileño sigue leyendo todos los días la Biblia, no se olvida de sus hermanos, habla bien de César Luis Menotti y cree que en Jamaica sucederá lo que le pasó al fútbol africano. Según Simoes, deben explotar sus condiciones técnicas y pulir sus falencias tácticas.
Desde que llegara a Jamaica en 1994, la vida del entrenador brasileño René Simoes quedó marcada para siempre, del mismo modo que él hizo con los jamaicanos hasta el punto de ser nombrado “Ciudadano ilustre” de Kingston, capital del país.
El crecimiento del fútbol jamaicano….
Se vió incrementado luego de la aventura mundialista, René Simoes profesionalizó al fútbol jamaicano y los equipos jugaban en la Jamican National Premier League.
Muchos jugadores empezaron a jugar en el extranjero en las ligas de paises como Estados Unidos, Inglaterra, Trinidad y Tobago.
Tuvo su mayor plenitud cuando a la liga comenzaron a llegar jugadores extranjeros, como por ejemplo un argentino, Mauricio Laburdette, con muchas chances de nacionalizarse para jugar en la seleccion de los «Reggae Boyz», pero el sueño jamaicano se frustró. Fue el primer jugador argentino en disputar la primera división profesional del país en la Temporada 2002. Luego llegaron un jugador nigeriano, Fatai Lawal y dos europeos.
La Liga fue tomando importancia y creciendo en su desarrollo, ganando mucha concurrencia de público a los estadios y transformandosé en uno de los deportes preferidos de Jamaica.
Los «reggae boyz» siguen soñando con llegar nuevamente a un mundial y repetir la aventura de Francia 98′.
Fuente: Wikipedia.com ; Historias de Fútbol ; El Rincón del Fútbol 2018.